La sonrisa y las lágrimas lo decían todo. Luego de la final perdida ante Pete Sampras tres años antes, parecía imposible que Goran Ivanisevic tuviera otra chance de alzar el título en Wimbledon. Rankeado en el puesto número 125, transitando los últimos momentos de su carrera y crucificado por una lesión en el hombro, el momento era el menos propicio desde la lógica para que el gigante croata consiga su anhelo máximo. Pero era un escenario ideal para que el milagro se concretara.
"No quiero ese plato (premio para el finalista) estúpido por cuarta vez", decía. Andre Agassi fue otro de sus verdugos en las tres finales que hasta aquí había disputado. Esta vez su oponente era el australiano Patrick Rafter, número tres del mundo, que había perdido la final del año anterior ante Pistol Pete, deseaba esa copa tanto como Ivanisevic.
El partido estuvo cargado de rarezas, la mística clásica del All England no estaba presente. Las lluvias obligaron a posponer la final para el lunes, debido a esto muchos ingleses devolvieron entradas o directamente no fueron y posibilitó que croatas y australianos inundaran el court central, transformándolo prácticamente en una partido de Copa Davis. Este encuentro, sin dudas, entró en el grupo de las finales más importantes y dramáticas de la historia, comparada a las protagonizadas por Bjorg-Mcenroe (1980), Edberg-Becker (1990) o Nadal-Federer (2008), por nombrar algunas.
"Cuando llegué a Wimbledon, me dije: ya es hora de que juegues para ti mismo". Lo hizo. Fue el primer invitado en ganar un Grand Slam y en el partido decisivo tuvo que sacar todo su mejor repertorio para vencer al australiano por 6-3, 3-6, 6-3, 2-6 y 9-7. En el último set, quebró en el decimoquinto game con una notable devolución y, con algún susto, logro mantener su servicio y vivir el momento más importante de su carrera. Ya no iba a levantar el plato otra vez, lo suyo era la copa.
Durante los 182 minutos de juego se vieron todas las caras del croata. El jugador explosivo que nunca se cansa de atacar, el jugador que se llena de dudas y de nervios que complican los partidos y, esta vez, a un tercer Goran, el de los milagros, el que es capaz de escribir esta historia conmovedora. El clima emotivo no abandonó nunca la Catedral del Tenis, ni bien terminado el partido se metió entre los espectadores para abrazar a su padre, Srjean, en el palco. Ninguno podía contener su emoción. Ya con la copa en la mano y una gran sonrisa en su cara dedicó el triunfo a su mejor amigo, el jugador de la NBA Drazen Petrovic, que había fallecido en el 1993, con sensibles palabras: "si me estás viendo, descansa en paz".
El zurdo croata pudo cerrar el círculo, a los 29 años y en el tramo final de una carrera cargada de alegrías y frustraciones logró levantar el trofeo que tanto ansiaba. En el 2001 se le dio contra todas las adversidades y de la forma que su historia lo indicaba.
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