Canastos repletos de pelotitas, profesores impacientes, padres que llevan a sus hijos por deseos propios y algunos otros que los llevan para que se entretengan y chicos que, de la forma que sea, buscan divertirse. Estas son algunas de las imágenes que se pueden ver en una clase de tenis. Sábado a la mañana y en el club Tennis Court Monte Grande – ¿todos los clubes de tenis en Argentina tienen nombre en inglés? – un grupo de chicos intenta pegarle a la pelotita amarilla con enormes raquetas. Tres profesores para alrededor de 35 alumnos que están discriminados, se puede percibir con facilidad, por niveles o por cómo juegan. Alrededor de las tres canchas un mundo de padres, de toda especie, miran con orgullo algunos y con resignación otros, como si en el drive que practican sus hijos se les iría la vida. Las reacciones de este grupo de gente merece un posteo aparte. Se pueden escuchar frases de aliento, de felicitaciones o, las siempre presentes, presiones hacia esos niños.
Aunque el título puede sugerir una persecución politica, lo que movilizó la visita a este mundo, fue la búsqueda de algún pequeño talento zurdo. Los resultados no fueron del todo alentadores, como era de esperar, sin embargo se pudo observar algunos chicos que empuñaban la raqueta con la mano izquierda. Eran alrededor de cinco y todos bastante diferentes: unos tenían como objetivo máximo pegarle y otros, con algo de idea, buscaban hacer buenos golpes. Uno de los profesores, del otro lado de la red y con una impaciencia sorprendente, indicaba insistentemente como debían pegarle y una vez vacio el canasto se sentaban cerca de alguna madre para comentarle “lo bien “ que jugaba su hijo.
Mientras el grupo de los más chiquitos arrastra las raquetas y aspira a impactar algún revés, los más grandes ya pelotean entre ellos. Desde el fondo de la cancha ensayan varios golpes y el objetivo del ejercicio es el desplazamiento. Entre los zurdos hay uno que se diferencia claramente del resto. Dejándose llevar por el físico parecería que sus tiros nunca van a pasar la red, menos aún si se tiene en cuenta que juega el revés una mano, poco habitual para su edad, pero las pelotas pasan limpias. El profesor le repite a todos que lo jueguen a dos manos, con él parece que se rindió.
El paisaje es amplio y variado. Chicos que se interesan más en juntar pelotitas que en pegarle, padres que largan algún insulto por la poca concentración de sus hijos y profesores con sospechosas aptitudes docentes. Sin dudas los más sobresaliente de la mañana fue ese revés a una mano, tan natural que no parecía de 10 años.
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